miércoles, 18 de noviembre de 2009

La señora y la pizza.

Señora... Señora... Disculpe... pssst! Señora... la pizza!

Ah perdón! Je! no escuchaba, estaba muy compenetrada leyendo el diario... Gracias eh?

Todas las veces me pasa igual. Llego a casa a cualquier hora y en la heladera nunca hay nada, entonces de camino paro en la pizzería de la esquina y de ahí en más la historia es siempre la misma. Entro, voy hasta el mostrador, estoy dos horas mirando el mismo menú de siempre y finalmente me decido por lo mismo que pido todas las veces.

Mientras sale el pedido me siento en una mesa y empiezo a hojear el diario hasta que el cansancio se posa sobre una noticia y se sumerge en ella como si fuera arena movediza. El contenido no es importante, pero mis ojos se pasean sobre las letras como flotando, como viendo por detrás del papel, como soñando que el cuerpo se afloja y la mente se aquieta. Señora!!!

Me despiertan tirándome de las pestañas mientras el olor a queso derretido invade mi estómago, y me avergüenzo por haberme desconectado del mundo.

La última vez que fui, no había motivo para que las cosas se desarrollaran de manera distinta ya que yo estaba tan cansada como siempre y el diario estaba tan blando como mi almohada. Sin embargo, cuando el olor a quesito derretido llegó a sacarme del sopor, no sentí el previo y ya bastante habitual tirón de pestañas. Eso me descolocó un poco y por un momento me aturdí. Lentamente desvié la mirada y vi a un hombre de camisa blanca sosteniendo un plato con la pizza de muzzarella recién sacada del horno.

Te la traje porque te vi muy enganchada con el diario. Igual si preferís te la envuelvo para llevar.

El cajero, acostumbrado a pinchar mi burbuja de somnoliencia nocturna, se quedó mirando la escena estupefacto. Fue como si de pronto hubiera descubierto que ni soy Señora, ni me gusta comer sola en la cocina de mi casa.

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