martes, 19 de abril de 2011

Cortadera, plumerito...

Y te pusiste tan viejito nomás.
Te conocí hace mucho (poco para vos) al cantar, sin querer, tus versos.  Tengo que decir que al principio no te entendí.  Tu escritura me parecio demasiado simple, hasta banal y sin gracia.  Qué tonta era... no entendía nada. 
Había sido que fuiste amigo de mi abuelo.  Había sido que entendías de su arte y que él del tuyo, y yo ni idea tenía. 
El día en que finalmente nos conocimos, llegué a tu casa con el Maestro y con otros compañeros del grupo y tu hijastra nos esperaba con galletitas y coca cola.  Para ese entonces tenías una enfermera que te cuidaba todo el día, y ella despacito te despertó y te contó que tenías visitas.  Ya eras nuevamente un niño y te pusiste tan contento!  Nos pedías que te cantemos y que recitemos tus poemas. Hiciste chistes y te perdiste en los pensamientos. Fue ahí, mientras te cantaba tomándote de la mano, que entendí lo profundo de tu poesía y la belleza de tus palabras simples. Voy a amarte siempre León, y voy a llevar tus palabras por el mundo.  

Cortadera, plumerito, 
cuánto nácar en el viento
recuerdo de tus verdores
me causan un sentimiento.

Ay cuánto te necesito
trebolar donde vivía!
¿podré volver algún día
cortadera plumerito?

Por esos campos viví
provincia de buenos aires
y acariciando los aires
por esos años te vi. 


domingo, 17 de abril de 2011

sueño

No podía ser que estuvieras en un lugar tan familiar.  ¿Cómo podrías haber encontrado aquél altillo lleno de libros viejos y olor a niñez?  Sin embargo te encontré junto a una escalera investigando los objetos como si acabaras de mudarte y nada fuera tuyo.  Me sonreíste al verme y el abrazo que no me diste era blando.  Hablamos.  Ya no recuerdo qué nos dijimos, sólo me acuerdo de tus ojos penetrantes traspasando los míos. 

Salimos por una puerta hacia un lugar donde había mas aire y mas luz, pero no era afuera.  Me besaste en los labios muy despacio y te pedí que me hagas el amor.  Te pedí que te acuestes conmigo y que me acaricies, que me beses, que me hagas dormir, pero nada de eso iba a ocurrir, porque no tenías nada para darme.   Los dos sabíamos que mentías.  Te fuiste diciendo que volvías enseguida. 

Yo bajé a la sala. Era grande y oscura, con el piso negro y mucha gente trabajaba en el montaje de una Carmen con payasos tenebrosos y ninfas desnudas.  Las escenografías todavía dibujadas en papel eran incomprensibles y sin profundidad. Me perdí en una música que no cuadraba y una chica flaquita me dibujaba rápido los cuadros para que pudiera entender. 

De pronto estaba nuevamente afuera, mirando los techos de aquella casa.  Apareció una mujer con una escoba y un palo largo y me pidió que la ayude a matar a los bichos que se comían el techo. Si no lo hacía no habría obra y el altillo desaparecería.   Así fuimos dando por el piso montones de pinocha sacadas de entre la madera de donde estos escarabajos largos de mil patas trataban de huir desesperados de vuelta hacia su hogar. 

Volviste para ayudarme a exterminarlos y luego de pisarlos y pegarles con apuro, nos miramos nuevamente, tan intenso que dolía, cubiertos en el sudor delicioso de habernos cansado juntos.  

Entramos a la casa de mi infancia donde ahora vos vivías.  Te mostré donde se guardaban las almohadas y los cubiertos y te mostré el olor de los placares y de la arena en el fondo de la bañera. 

Desperté queriendo volver a dormir para que cuando llegaramos al jardin, me volvieras a besar.