miércoles, 20 de octubre de 2010


una insinuacion

es un segundo grande

que tarda

dos respiraciones en morir



una palabra

es un laberinto osbceno

que insinua

las voces calladas de los que saben mirar



en la proa de tus secretos

los ecos miran hacia atras

rebotando hacia adelante

y las luces que navegan

no se apagan

porque llevan en sus fuegos

la sonrisa escondida

de tanta madrugada



un segundo obsceno

es un laberinto grande

rebotando hacia tus secretos

insinuando decir

por simpre

lo irrepetible

Por S.R.

lunes, 11 de octubre de 2010

Tragedias familiares on the rocks.




De chicos, nos hacen creer que las familias son núcleos sociales de excelencia en donde debe primar el amor y en los cuales los miembros de cada núcleo se relacionan entre si de manera sana, afectuosa y bla bla bla...

Cuando crecemos nos damos cuenta que nuestra familia es un despelote y que están todos absolutamente de la gorra. Lo cierto es que mi familia es tan particular, neurótica, desequilibrada y completamente insana como todas las otras familias del mundo.


Entre todos los comportamientos individuales y colectivos medio bizarros que se pueden encontrar, hay uno que me llama poderosamente la atención y tiene que ver con las tragedias. La historia se repite siempre, ya sea en salas de espera de hospitales, en casas de velatorio, parques memoriales o livings de alguien convaleciente.

Al principio van llegando con cara de compungidos y ojos llorosos y obviamente se abrazan, se dan palmadas en la espalda, se dicen palabras alentadoras y luego se sientan a esperar que todos lleguen. Una vez que se pasan los partes médicos o se cuenta lo que dijo el funebrero o terminan de llenar papeles de algún sanatorio entramos automáticamente en la etapa de espera indefinida a que alguien proponga. Por lo general el proponedor es mi tío Eduardo, pero si falta él, mi mamá es la primera que de pronto desaparece por algún lado y vuelve con una botella de whisky.

Una vez, una tía política la miró con desconcierto y le dijo "te vas a poner a chupar en el velorio de tu propio padre?" y todos los hermanos de mi vieja y hasta mi abuela se dieron vuelta y la miraron levantando las cejas mientras mi tío Eduardo le contestaba "y que querés que hagamos? que lloremos toda la tarde?"

Así es que cuando internaron a mi primo de 20 años por un tumor cerebral, luego de la tertulia de la sala de espera nos fuimos a hacer el "after" al bar de la esquina con cerveza y picada de maní, salamín y queso. También cuando enterramos a mi abuela Lucita (la mala) después volvimos todos al departamento a comer sanguchitos de miga de "La exposición" con whisky el importado que la vieja encanutaba. El velorio de mi abuelo en casa fue el evento más recordado... ahí si que estaba toda la rama chupandina del familión. Ese día terminó en guitarreada y salvo por la idea práctica de mi tía de pedir empanadas, casi se mandan un asado.


Hace rato que no hay una tragedia familiar que justifique una mamúa generalizada, sin embargo la costumbre familiar persiste bajo cualquier circunstancia.

La tía Perla tiene 87 años y por más que siempre fue de fierro, ahora el almanaque le está cobrando el tiempo de descuento y hace poco se pasó unos cuantos días internada. La única que se encarga de ella es mi pobre madre, que se vino desde villa culo, donde vive, hasta la clínica más insólita en los confines de la capital federal para evitar que la tía Perla enloquezca a todo el personal. Luego de varios días de paciencia inagotable, mi mamá me llamó para venir a quedarse en mi casa y así poder bañarse y dormir en paz...

Le propuse juntarnos en el bar de la esquina y comer allí porque en mi casa no había nada, como de costumbre. Comimos un enorme bife de chorizo con papas fritas y cerveza mientras ella me contaba que la tía Perla y que el médico y que la enfermera y que el perro y que la empleada y que el portero. Saltamos el postre y el mozo vino a ofrecernos café como cortesía de la casa.

Con la vieja nos miramos de reojo y pensando en resguardar las tradiciones familiares le contestamos casi al unísono:  ¿porqué no me traés un Johnny Walker con hielo mejor?