Tus labios dibujaron un mapa en mi mano, que tocaba tu boca, como la de Horacio a la Maga. Las líneas de tus ojos almendrados se clavaron en mis retinas, al igual que la ondulación de tus cabellos enredaron mis dedos en nudos que ellos sabían deshacer por instinto.
Abrí los ojos y ya no había labios, no había ojos. Mis manos limpias, inodoras, libres de cabellos nunca más prisioneros se preguntaron si alguna vez habían tocado algo.
El insípido despertar se llevó tu sueño y el mío en un escandaloso instante de descuido.
Quizás nunca habías existido.